Cosechando la esperanza en Centroamérica: los programas de nutrición escolar que abordan la inseguridad alimentaria

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Es el último día del curso de primaria en Simajhuleu, una comunidad rural en las montañas en Guatemala. Alrededor de un patio al aire libre, grupos de niños y niñas se juntan con entusiasmo alrededor de botellas de refresco recicladas y cubos de plástico que contienen hortalizas verdes, que crecen vibrantes en esos pequeños depósitos de tierra fértil.

 

Han estado cultivando estas plantas en un huerto escolar durante todo el año, y hoy podrán llevárselas a sus familias. Estas plantas pronto se convertirán en alimentos, ya que los productos del huerto, esparcidos por toda la comunidad, se incorporarán a las comidas. Los nutrientes que aportan estas plantas ricas en hierro son importantes en un país donde casi una cuarta parte de la población sufre inseguridad alimentaria y carencias nutricionales.

“A pesar de ser una comunidad agrícola, proporcionamos nuevas habilidades a los padres y a los niños”, dice Baudilio Tubin, profesor de quinto grado de la Escuela Oficial Rural Mixta Aldea Simajhuleu. “Les enseñamos que pueden producir sus alimentos en pequeñas áreas, no en grandes extensiones como se acostumbra”.

 

El profesor de quinto curso Baudilio Tubin ayuda a sus alumnos mientras preparan ensalada de frutas en una clase.
Un grupo de niños posa con sus cultivos en macetas.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Nacido de la necesidad, el programa de huertos en contenedores reciclados de la escuela modelo de Simajhuleu fue una respuesta a COVID-19 y una adaptación a la escasez de terrenos abiertos y llanos cerca de la escuela cultivar un huerto tradicional. Fue una innovación importante, sugerida por expertos técnicos, que permitió que el programa de nutrición de esta escuela, apoyado por CARE en asocio con Cargill, avanzara en todos los aspectos.

El huerto en contenedores de Simajhuleu tiene su reflejo en un huerto escolar similar en otra escuela modelo, el Centro Educativo Básico (CEB) “Max Martínez Zambrano” de la comunidad de El Porvenir, en la región del altiplano central de Honduras, cerca de la ciudad de Siguatepeque. Allí, estudiantes junto con padres voluntarios, cuidan un huerto construido en terrazas escalonadas en una ladera en la parte trasera de la escuela.

En ambas escuelas, el plan de estudios incluye material sobre alimentación sana y elecciones saludables, en forma de canciones, juegos y, en los primeros cursos, actividades para dibujar y colorear. Incluso la educación física se ocupa del tema.

 

Alumnos guatemaltecos juegan en clase a un juego sobre nutrición.
Mariano López (izquierda) es profesor de quinto grado del Centro Educativo Básico “Max Martínez Zambrano (K-9) de El Porvenir (Honduras) y supervisor del huerto comunitario de la escuela, que los alumnos están cuidando hoy.

 

Más allá de la puerta de la escuela

Acompañados por CARE y Cargill bajo el lema “Nutriendo el Futuro”, estos programas de extensión escolar abordan la inseguridad alimentaria y la nutrición no sólo entre los escolares, sino en la comunidad en general.

“Como en todas las comunidades del país, hay personas y familias a las que les resulta difícil conseguir alimentos suficientes”, afirma Otilia Padilla, directora del CEB “Max Martínez Zambrano”. “Sin embargo, a través del programa, hemos enseñado a los padres sobre el consumo adecuado de alimentos. Además, hemos fortalecido los huertos familiares para mejorar la nutrición de sus familias.”

A lo largo de los tres últimos años del proyecto, CARE y sus socios han llegado a 49.297 escolares, profesores y jefes de familia (en su mayoría madres) en Costa Rica, Guatemala, Honduras y Nicaragua -los cuatro países en los que opera el programa- incluso en medio del cierre de escuelas debido al COVID-19. Como demuestran estas escuelas modelo de Honduras y Guatemala, la intervención se materializó en la promoción de alimentos nutritivos y hábitos alimentarios saludables en la escuela y en casa, así como en la facilitación de esos hábitos alimentarios a través de huertos escolares, huertos comunitarios y domésticos, y programas de voluntariado.

 

 

Con el apoyo de CARE, el CEB “Max Martínez Zambrano”, una escuela modelo de El Porvenir (Honduras), ofrece instrucción en nutrición, higiene, salud y forma física. Otilia Hortencia Padilla, directora de la escuela, comparte un momento con Laura Sofía Cabrera, alumna de primer grado.

Los sistemas alimentarios se han visto afectados

Este programa se desarrolla en un contexto de creciente necesidad. Según la Clasificación Internacional por Fases de la Seguridad Alimentaria (CIF), de la que CARE es miembro, en Guatemala 3,9 millones de personas, el 22,4% de la población, sufrían altos niveles de inseguridad alimentaria aguda entre marzo y mayo de 2022. Durante el mismo período, en Honduras, 2,2 millones de personas, el 21,4% de su población, sufrían inseguridad alimentaria aguda.

Se prevé que esa cifra aumente, con factores globales conocidos como impulsores: los efectos actuales de la pandemia de COVID-19, los efectos del cambio climático y el aumento del precio de los insumos agrícolas y las importaciones de alimentos impulsado por la guerra en Ucrania.

Según la Organización Panamericana de la Salud, la prevalencia del hambre en la región de los cuatro países es la más alta de los últimos 15 años. El Programa Mundial de Alimentos observó una reducción del 51% del empleo en toda la región.

En noviembre, el equipo del Programa de Justicia y Economía para Mujeres y Jóvenes de CARE realizó una encuesta sobre inseguridad alimentaria familiar en San Juan Comalapa, Guatemala. El equipo realizó 84 entrevistas a madres de esta localidad rural de 32.000 habitantes y sus alrededores.

Entre los resultados:

  • Los ingresos diarios oscilan entre 5 y 7 dólares al día.
  • El 94% afirma que sus familias consumen cereales y granos a lo largo de la semana, pero sólo el 30% dispone de un suministro adecuado de maíz para tortillas durante todo el año (que suele ofrecerse en las tres comidas del día, según la tradición cultural).
  • En las zonas rurales, los siguientes factores repercuten negativamente en la seguridad alimentaria: la variabilidad climática, el desempleo y el coste de los alimentos, que ha aumentado mientras los salarios permanecen estáticos.
Mujeres hondureñas trabajando: una madre voluntaria trabaja en la cocina de la escuela CEB Max Martínez Zambrano, preparando almuerzos nutritivos con los productos del huerto comunitario de la escuela.

Del huerto a la cocina

En Honduras, profesores como Mariano López hacen todo lo posible por llevar alimentos sanos a las familias locales. Además de enseñar en quinto grado, Mariano supervisa el huerto del “Max Martínez Zambrano”, donde se cultivan remolachas, repollos, rábanos, frijoles, cebollas y maíz con semillas proporcionadas por CARE. Al final del trimestre, hay suficiente excedente del huerto para enviar verduras a casa de los alumnos.

Para Mariano, que creció entre huertos, el trabajo es una pasión por múltiples razones.

“Me encanta mi trabajo”, dice. “Me gusta trabajar con los alumnos porque es una satisfacción ver a niños pequeños aprendiendo lo que les estás enseñando”.

Cuando la escuela estuvo cerrada por COVID-19 el huerto quedó inactivo, pero muchas familias de la escuela empezaron huertos propios durante este tiempo con semillas de CARE, mientras los profesores los controlaban y ayudaban cuando era necesario. Esto mejoró la diversidad dietética de los niños en edad escolar de Honduras, un indicador clave del éxito del proyecto.

 

Detalle de las obras de arte realizadas por los alumnos con envases reciclados en el CEB “Max Martínez Zambrano”.

En el punto de mira

Cuando se reanudaron las clases, también lo hicieron los esfuerzos prácticos por demostrar y ofrecer opciones de alimentación sana. En Simajhuleu, los alumnos de quinto grado llevaban delantales y guantes mientras preparaban ensalada de frutas. En esta escuela primaria, los alumnos de quinto forman a los de cuarto, que se convierten en formadores cuando avanzan.

En El Porvenir, madres voluntarias atienden la cocina de la escuela, preparando una deliciosa sopa de frijoles para servir a estudiantes, docentes y personas invitadas. Ambas instituciones sirven de modelo para sus países, demostrando lo que es posible.

“El año que viene ya tenemos planes para desarrollar formación para otras escuelas sobre el tema de la seguridad alimentaria y nutricional, y estamos trayendo a gente de otros centros educativos para que realicen prácticas aquí, con la idea de que  aprendan a plantar huertos alimentarios”, dice Otilia, la directora del “Max Martínez Zambrano”. “Además de esto, el Ministerio [de Educación] anunció que para el próximo año los huertos van a ser un mandato para todas las escuelas del país, y nos van a tomar como modelo de escuela que ya ha tenido éxito trabajando con huertos escolares.”

“Ese es nuestro interés”, añade. “Poder abogar, poder influir -en torno al huerto escolar y otros elementos de la programación de la seguridad alimentaria y nutricional”.

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