En la soleada aldea La Mealler, en El Progreso, Yoro, al norte de Honduras, un grupo de mujeres se reúne bajo la sombra fresca del patio de una lideresa comunitaria. El paisaje, que alguna vez fue territorio de extensos campos bananeros, ahora está cubierto por el cultivo de palma africana, reflejando los cambios en la economía local. Allí, entre voces decididas y cuadernos en mano, conversan sobre la puesta en marcha del Plan de Acción Comunitario que diseñaron juntas para promover el reconocimiento del Trabajo del Hogar y Cuidados Remunerados y No Remunerados con actividades como campañas sobre deberes compartidos y promoción del autocuidado para las mujeres de la comunidad.
Entre ellas está Daisy Berríos, de 41 años, madre de dos adolescentes y residente de la aledaña Aldea La 29. Con una sonrisa que mezcla orgullo y memoria, recuerda sus inicios como promotora de derechos de las mujeres:
“Comencé a organizarme siguiendo el ejemplo de mi mamá. Ella es una mujer campesina, luchadora y esforzada, que nos sacó adelante a todas y todos. Siempre le gustó estar organizada”, cuenta, inspirada en esa herencia femenina.
Mientras avanzan en la agenda del día, Daisy toma la palabra para recalcar la importancia del liderazgo de las mujeres en estos procesos:
“Es clave que las mujeres nos organicemos porque así nos ayudamos mutuamente, nos motivamos a crecer como personas, a conocer nuestros deberes y derechos y a desarrollar autonomía”.
En Honduras, el trabajo del hogar y de cuidados —tanto remunerado como no remunerado— sostiene la vida cotidiana del país, pero continúa siendo uno de los sectores más invisibilizados y precarizados, especialmente para mujeres, adolescentes y niñas. Las trabajadoras del hogar remuneradas enfrentan salarios por debajo del mínimo, falta de seguridad social y jornadas sin regulación; una realidad aún más crítica para las niñas trabajadoras, muchas de ellas viviendo fuera de sus hogares de origen y expuestas a mayores riesgos y vulneraciones. En la mayoría de los hogares y comunidades, las mujeres dedican más del triple de tiempo que los hombres al trabajo de cuidados no remunerado, sin reconocimiento económico ni protección social, pese a su aporte esencial al bienestar social y al desarrollo.
La ausencia de datos completos y de políticas públicas con enfoque de género profundiza esta desigualdad, destacando la urgencia de dignificar el Trabajo del Hogar y de Cuidados mediante acciones como la ratificación del Convenio 189 de la OIT y la creación de un Sistema Nacional de Cuidados que garantice los derechos de quienes cuidan y quienes necesitan cuidados.
En respuesta, la iniciativa Hora de Cuidar apunta a mejorar la dignidad humana de las mujeres Trabajadoras del Hogar y de Cuidados Remunerados y no Remunerados especialmente mujeres indígenas y rurales. Junto a Redes y Organizaciones de Mujeres, se impulsa la protección y promoción de sus derechos, el incremento de su voz y liderazgo, y la corresponsabilidad del Estado en el reconocimiento de los cuidados como un derecho humano.
Daisy lo expresa con claridad cuando habla de su comunidad:
“Hay muchas mujeres que no conocen el autocuidado: cuidan a otras personas, pero no se cuidan a sí mismas. Incluso creen que no tienen derecho al patrimonio del hogar porque ‘no trabajan’. Nosotras les enseñamos que el trabajo del hogar, aunque no sea remunerado, tiene valor.”
Al finalizar la jornada, cada mujer se despide con una tarea, un compromiso y, sobre todo, la fuerza renovada de saberse acompañadas. Llevan consigo la alegría de lo compartido y la esperanza puesta en un futuro más justo para ellas y para las próximas generaciones.
Antes de marcharse, Daisy comparte una convicción que guía sus pasos: “Las mujeres debemos enfocarnos en estudiar, en ser independientes, en luchar por nuestros derechos. Exijamos ser escuchadas, para que nosotras y nuestras familias vivamos mejor, en un mundo realmente justo.”

